Estamos en pleno siglo veintiuno. La modernidad, ese lustroso discurso que envaneció a los hombres desde la Ilustración es palabrería hueca cuando contemplamos las escenas del terremoto de Haití. El hombre contemporáneo ha vuelto a la Edad Media y al oscurantismo, a la muerte y el sinsentido. La razón, aquel faro que alumbraría el camino de la “humanidad”, se ha escondido en algún recóndito libro de filosofía política. Atónitos y consternados vemos el desastre social y material que es Haití, pero también comprobamos que nuestro mundo presuntamente civilizado e inteligente se desploma como Puerto Príncipe. Con el terremoto haitiano han colapsado su gobierno, la ONU, la solidaridad internacional, y el ejército norteamericano tras la obtusa política exterior de Hillary Clinton. La verborrea de un descastado Obama, poco puede hacer para ocultar esta realidad.
El desastre de Haití nos atañe directamente porque la condición humana está en entredicho. No hay derecho para que los cadáveres se pudran en las calles y ni quiera sean recogidos para la fosa común. Tampoco es humano el hambre de los sobrevivientes, y la falta de atención a los heridos. ¿Así quieren Estados Unidos y la OTAN ganarle la guerra a los talibanes en el invadido Afganistán? Hace 7 días que la gente no come en Haití, mientras la ayuda se apila en un aeropuerto y los equipos de rescatistas se aburren en República Dominicana. La ONU se ha remitido a desescombrar el hotel que le servía de bunker y los cascos azules se recluyen en sus cuarteles. Las labores de emergencia ante un gran sismo, -alimentar, rescatar, curar y enterrar- ni siquiera han comenzado. Los olvidados de la tierra, negros o mestizos como los que describía Franz Fanon, mueren por cientos de miles, mientras Obama se anexa Haití aprovechando la confusión y su mujer luce vestiditos de Dior ante la prensa rosa.
Los doscientos mil muertos no han sido obra de la naturaleza sino de la estupidez humana, de la incuria sucesiva y la estulticia permanente a lo largo de un siglo. Son producto de la pobreza de muchos y la riqueza de pocos, del afán colonialista de las potencias, de la ignorancia en la que fueron sumidos ese cuarenta por ciento de analfabetos de Haití. De las espurias dictaduras y de la corrupción promovidas por el departamento de estado yanqui, desde que invadió Haití por primera vez en 1915. Y también de las horribles asimetrías e injusticias de la economía mundial modelada por los poderosos del planeta, que hacen imposible una agricultura rentable en países como Haití o el África subsahariana. Lo que pasa en Puerto Príncipe entonces tiene nombre y responsables. La injusticia de este mundo es mucho peor que las furias naturales.
En tanto, Renè Preval, el títere de Washington y de occidente desde que derrocaron al radical Bertrand Aristide por ser amigo de Chávez, se pasea desesperado en el destruido aeropuerto con intenciones de marcharse porque su exiguo poder ha caído como su palacio. El presidente no sabe lo que es un gabinete de crisis. Tampoco lo sabe la administración norteamericana que toma el aeropuerto de Puerto Príncipe, y detiene todos los vuelos humanitarios, para hacerse del poder y transportar diez mil soldados de ocupación al devastado país. La seguidilla de desaciertos y omisiones es interminable. No hay petróleo porque no lo han llevado, no hay luz, ni hospitales de campaña. No se han restablecido las comunicaciones, ni los teléfonos. No hay radios, ni voluntarios para organizar el reparto de víveres, ni organización vecinal, y la anomia social fruto del desgobierno de un siglo, sabotea toda ayuda.
La burda intromisión militar norteamericana, al margen de la OEA, la ONU y aprovechando el desconcierto de la catástrofe atenta contra la ética y el derecho internacional. Ayer el ministro de Cooperación de Francia, Alain Joyandet, entregó una carta de protesta al embajador de Estados Unidos después que oficiales norteamericanos, a cargo del aeropuerto de la capital haitiana, le negaron el permiso a dos aviones franceses para aterrizar. La prioridad la tiene la operación militar. Que se jodan los haitianos…
¿Qué fue del progreso y el desarrollo que prometía la globalización? ¿Qué pasó, señores? Hoy centenares de miles de muertos se apiñan en barricadas y los hambrientos haitianos recorren las calles en busca de un mendrugo, mientras Estados Unidos se anexa Haití, en nombre de una solidaridad que no es sino coartada para expander los intereses de su Imperio. Frente a ello qué altura moral la de los perros rescatistas.
Definitivamente los desastres mal llamados naturales los construye el hombre. Y este mundo es un desastre…