Más allá de Robles Godoy, hay otro héroe singular en el cine nacional: Rafael Delucchi
Armando Robles Godoy falleció durante el XIV Encuentro Latinoamericano de Cine de Lima y la coincidencia resultó aleccionadora. Precisamente en el año en que más y mejor producción nacional hemos mostrado, el director que labró en solitario la primera obra personal de nuestro país desde un completo páramo nos dejó para siempre. El hecho nos llamó la atención desde sobre la importancia de quienes desde hace mucho tiempo atrás han hecho posible la efervescencia creativa de la que ahora nos felicitamos. Robles Godoy es sin duda el gran héroe del cine peruano.
Sueños de cine
Pero no es el único. De hecho el homenaje más sentido que se haya hecho a los pioneros del cine peruano no se dio en el marco del festival internacional sino en la cabeza de un hombre de que ha pasado los últimos diez años de su vida recostado en su casa , sea escribiendo, pintando o viendo películas. Ese hombre se llama Rodrigo Núñez Carvallo y acaba de publicar una espléndida novela. Sueños Bárbaros, que no solo es un fresco logrado de de los años de pesadilla que vivimos entre finales del primer gobierno de García y la caída de la dictadura de Fujimori. Sueños Bárbaros es ante todo el más conmovedor testimonio de la tenacidad de muchas personas que eligieron dedicarse a un oficio tan complejo como y demandante económicamente como el cine en un país sin medios. La narración se centra en la figura de Rafael Delucchi, un personaje de la vida real que fue actor de segunda línea en series y novelas como Gamboa y Carmín, en los años ochenta , crío jaguares en su casa, estudió cine en La Habana y consagró vanamente sus sueños y energías a convertirse en aquello que una época y una situación económica determinada no le permitieron, a él ni nadie, que estuviera vivo: ser director de cine en el Perú.
“Debo confesarlo”, ha escrito Núñez Carvallo después, “esta novela nace de una frustración. Siempre quise hacer películas y ser cineasta”. No es extraño , por eso, que los protagonistas de su novela, -el gordo Delucchi, claro, pero también el ex-pataclaun Pipo Gallo y una recatafila de estudiantes de estudiantes de cine de Lima- se enfrenten desgarradamente al hecho feroz de tener que dedicarse al séptimo arte en el lugar y el momento equivocados: la Lima de los ochenta. Sumidos en una ciiudad sometida a cortes de energía eléctrica y casi sitiada por el fanatismo extremista , bajo una hiperinflación que pulveriza la posibilidad de cualquier inversión en arte los personajes de esta novela jamás pierden la fe en el cine y en su magia: montan una pequeña Cinecittá en la casa de Barranco de Delucchi ha rescatado del abandono y solo respiran cine. En la refrigeradora no tienen comida pero sí rollos de película. , en las paredes no hay cuadros sino un fichas de un quimérico film; los atentados, matanzas y ejecuciones que ocurren en la ciudad son para ellos también posibilidades dramáticas de una futura e improbable cinta. Si las criaturas de Sueños Bárbaros conmueven es porque de algún modo han vencido a su entorno o están abocados a caer gloriosamente ante él, como soldados que no renuncian a su misión.
Mucho más que un premio
¿No hay algo completamente heroico en eso? Sin duda, Lo fue el rodaje de de la película Alias La Gringa de Chicho Durant, en el año 1991, en la cual el Rafael Delucchi real actuó como extra. La novela recrea ese proceso y uno se da cuenta al leerla que tanto Durant, como los que lo asistían, estaban realmente locos. En uno de los momentos más memorables y cómicos de la novela, el Delucchi personaje recibe, en representación de Durant, y de manos del propio Armando Robles Godoy el premio a mejor película nacional por Alias la gringa, en un año en el que solo se filmó Alias la gringa. A diferencia de la clausura del festival del sábado pasado, en la que tres cineastas peruanos recibieron sendos premios internacionales por la excelencia de sus trabajos, en aquella ceremonia de 1991 el galardón parecía más un premio a la resistencia. Creo ahora que en ese encuentro Robles-Delucchi se sintetiza casi toda la historia de nuestro cine. Sabemos muy bien qué representa allí la figura de Robles Godoy. El gordo Rafael Delucchi encarna por su parte la figura de centenares de posibles cineastas que jamás pudieron materializar la película que llevaban en sus cabezas por razones que los excedieron; esos sueños bárbaros de ser como los cineastas de hoy en un país sin festival ni Conacine, sin brújula ni norte posible.
Armando Robles Godoy falleció durante el XIV Encuentro Latinoamericano de Cine de Lima y la coincidencia resultó aleccionadora. Precisamente en el año en que más y mejor producción nacional hemos mostrado, el director que labró en solitario la primera obra personal de nuestro país desde un completo páramo nos dejó para siempre. El hecho nos llamó la atención desde sobre la importancia de quienes desde hace mucho tiempo atrás han hecho posible la efervescencia creativa de la que ahora nos felicitamos. Robles Godoy es sin duda el gran héroe del cine peruano.
Sueños de cine
Pero no es el único. De hecho el homenaje más sentido que se haya hecho a los pioneros del cine peruano no se dio en el marco del festival internacional sino en la cabeza de un hombre de que ha pasado los últimos diez años de su vida recostado en su casa , sea escribiendo, pintando o viendo películas. Ese hombre se llama Rodrigo Núñez Carvallo y acaba de publicar una espléndida novela. Sueños Bárbaros, que no solo es un fresco logrado de de los años de pesadilla que vivimos entre finales del primer gobierno de García y la caída de la dictadura de Fujimori. Sueños Bárbaros es ante todo el más conmovedor testimonio de la tenacidad de muchas personas que eligieron dedicarse a un oficio tan complejo como y demandante económicamente como el cine en un país sin medios. La narración se centra en la figura de Rafael Delucchi, un personaje de la vida real que fue actor de segunda línea en series y novelas como Gamboa y Carmín, en los años ochenta , crío jaguares en su casa, estudió cine en La Habana y consagró vanamente sus sueños y energías a convertirse en aquello que una época y una situación económica determinada no le permitieron, a él ni nadie, que estuviera vivo: ser director de cine en el Perú.
“Debo confesarlo”, ha escrito Núñez Carvallo después, “esta novela nace de una frustración. Siempre quise hacer películas y ser cineasta”. No es extraño , por eso, que los protagonistas de su novela, -el gordo Delucchi, claro, pero también el ex-pataclaun Pipo Gallo y una recatafila de estudiantes de estudiantes de cine de Lima- se enfrenten desgarradamente al hecho feroz de tener que dedicarse al séptimo arte en el lugar y el momento equivocados: la Lima de los ochenta. Sumidos en una ciiudad sometida a cortes de energía eléctrica y casi sitiada por el fanatismo extremista , bajo una hiperinflación que pulveriza la posibilidad de cualquier inversión en arte los personajes de esta novela jamás pierden la fe en el cine y en su magia: montan una pequeña Cinecittá en la casa de Barranco de Delucchi ha rescatado del abandono y solo respiran cine. En la refrigeradora no tienen comida pero sí rollos de película. , en las paredes no hay cuadros sino un fichas de un quimérico film; los atentados, matanzas y ejecuciones que ocurren en la ciudad son para ellos también posibilidades dramáticas de una futura e improbable cinta. Si las criaturas de Sueños Bárbaros conmueven es porque de algún modo han vencido a su entorno o están abocados a caer gloriosamente ante él, como soldados que no renuncian a su misión.
Mucho más que un premio
¿No hay algo completamente heroico en eso? Sin duda, Lo fue el rodaje de de la película Alias La Gringa de Chicho Durant, en el año 1991, en la cual el Rafael Delucchi real actuó como extra. La novela recrea ese proceso y uno se da cuenta al leerla que tanto Durant, como los que lo asistían, estaban realmente locos. En uno de los momentos más memorables y cómicos de la novela, el Delucchi personaje recibe, en representación de Durant, y de manos del propio Armando Robles Godoy el premio a mejor película nacional por Alias la gringa, en un año en el que solo se filmó Alias la gringa. A diferencia de la clausura del festival del sábado pasado, en la que tres cineastas peruanos recibieron sendos premios internacionales por la excelencia de sus trabajos, en aquella ceremonia de 1991 el galardón parecía más un premio a la resistencia. Creo ahora que en ese encuentro Robles-Delucchi se sintetiza casi toda la historia de nuestro cine. Sabemos muy bien qué representa allí la figura de Robles Godoy. El gordo Rafael Delucchi encarna por su parte la figura de centenares de posibles cineastas que jamás pudieron materializar la película que llevaban en sus cabezas por razones que los excedieron; esos sueños bárbaros de ser como los cineastas de hoy en un país sin festival ni Conacine, sin brújula ni norte posible.