Triste destino el del pueblo judío. Convertirse de víctima en verdugo por acción del estado que ayudaron a levantar en tierras ajenas, capitalizando la compasión mundial tras el holocausto. Los nietos y sobrinos de los que murieron en Auschwitz, Dachau o Treblinka hoy apoyan a las tropas de Olmert, el corrupto, en su política de exterminio de la población de la franja de Gaza. Los hijos de Israel aíslan la ciudad, la dejan morir de hambre y luego bombardean a la población civil refugiada en túneles, universidades y sedes del gobierno de Hamás. Una brutal carnicería, una salvajada sin nombre en nombre de Yahvé y del espurio estado del “pueblo escogido”. Un genocidio contra el pueblo palestino, que va dejando ya quinientos muertos, fuera de los cientos de miles que ha provocado la larga ocupación.
Una religión y un nacionalismo que en pleno siglo XXI necesitan recurrir a la matanza y a la muerte de civiles indefensos tienen algo de perversos y diabólicos. Yahvé, ese dios sanguinario, excluyente y vengativo, alumbra con una difusa luz infernal. (En verdad todos los monoteísmos son una buena mierda y son causantes del mayor numero de muertes de la historia del planeta). ¿Qué tipo de hijos de puta gobierna hoy Israel? ¿Dónde los reclutaron? ¿En las oficinas de la gestapo y
Unos perdidos pastores semitas de
Hoy Israel es un estado de ficción, más propiamente un estado de mentira. Se mantiene en medio del Asia Menor gracias a los comerciantes de armas, los especuladores financieros y el gran lobby judío norteamericano, que quiere una guerra permanente en el mundo árabe, y una cabeza de playa en el orbe musulmán, para controlar el acceso a las vías petroleras del Oriente Medio. Sin esa colosal ayuda la permanencia de los ocho millones de colonos judíos que se confunden con tropas de ocupación, sería imposible.
Sin duda Israel es una gran equivocación histórica. La interminable guerra que ha supuesto la creación de un estado sionista en tierras palestinas, demuestra que cualquier convivencia es inviable. Es más, Israel no debe existir. Hay que apoyar el retorno de los colonos judíos a Estados Unidos y Europa, porque ellos crearon el problema.
Un nacionalismo enfermo, asociado a una religión excluyente, y todo ello al servicio del gigantesco poder económico judío, constituyen la trampa de la ideología sionista. Denostando a Theodor Herzl, el padre del sionismo, el capital no necesita patria, las teocracias son anacrónicas, y a los judíos contemporáneos les basta y les sobra con ser ciudadanos del mundo. Para qué más… ¿No es verdad, Mr. Chomsky?