Tras el lamentable espectáculo, le escribí esta carta a Carlos Stiegler:
Te respondo aunque no lo mereces. Has estado patético en la nunciatura. Pero por la memoria de Oscar Romero, que fue amigo tuyo y amigo mío, me veo en la necesidad de hacerlo. Claro que sé quien eres y te escribí sabiéndolo. El apellido Stiegler Moehring no es común en Lima. Eres el hermano menor de una amiga de mi juventud. No ignoro nada de ti. Conozco tu historia y tus problemas. Por eso no me cabe en la cabeza que palabras tan oscuras, intolerantes y poco compasivas hayan salido de tu boca hoy día en la puerta de
Sirvan estas líneas para explicar por que hay tanta pedofilia entre los curas católicos. El asunto es viejo y quizá haya que retroceder hasta Saulo de Tarso, un fanático converso nacido en Asia Menor que tenía seguramente un trauma sexual y que nunca conoció a Cristo, por lo que es un falso apóstol: Le apestaban las mujeres y el ejercicio de la sexualidad le producía una extraña desazón. En sus múltiples y aburridas cartas a los cristianos de aquella época reiteraba hasta la obsesión su miedo al placer. Pero en su tiempo mucho caso no le hicieron. Las mujeres siguieron oficiando ritos, los sacerdotes se casaban y el mundo seguía copulando como siempre. Pero en
Erradicar la pederastia no es posible exacerbando la represión de los impulsos como pretende Ratzinger y la conservadora curia. Tarde o temprano los diques rebalsarán de nuevo. La única salida es liberalizar la obsoleta moral sexual del catolicismo y permitir que los curas, incluso los que son gays, se casen o tengan pareja. Pero las testas de los cardenales serán incapaces de comprender esto. Por eso encubren a los curas y obispos pederastas, tal como lo hace el impresentable padre Carlos María Stiegler. Las palabras de este sábado junto a la nunciatura solo demuestran un autodesprecio por su vida y su pasado, y constituyen una ofensa al recuerdo de nuestro común amigo, que era gay y que murió de sida.
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