sábado, 22 de agosto de 2009

Cine Edén de Isola: Volver al teatro



He quedado deslumbrado luego de ver Cine Edén de Marguerite Duras, estupenda puesta dirigida por Alberto Isola (que se presenta hasta fin de mes en la Alianza Francesa de Miraflores). A lo largo de hora y media el embrujo del teatro construye un mundo paralelo, bello y terrible a la vez. Millones de reflexiones sacuden nuestras mentes y cientos de preguntas circundan el escenario.

La historia de una madre obsesiva y desamparada en la Indochina francesa sirve de pretexto para levantar una gran metáfora sobre el amor y la necesidad, sobre la riqueza y la opresión, el heroísmo y el fracaso. Tenuemente los hilos de la historia se van desarrollando desde que la madre abandona el piano del cinema Edén y huye al campo para fundar una plantación sobre el lecho imposible de la ciénaga. En su intento de un no dejarse aplastar por la derrota, la madre no tiene empacho en prostituir a su hija.

El ritmo, la marcación exacta de los actores, los mil y un recursos dramáticos del director, al servicio de una trama llena de poesía y verdad, nos transportan al Vietnam de los colonialistas franceses y al alma de los personajes. Destacan la formidable y plástica ancianidad de Mirella Carbone que combina la danza y una sobria actuación, y que hace gala de un vibrante código corporal que nos subyuga y atormenta. Pero la puesta no sería tan convincente si Isola no hubiera fabricado un distanciamiento de estirpe brechtiana con el personaje de la hija, mediante el desdoblamiento del rol de Suzanne, que alternativamente recae en la joven Moira Silva y en la sugestiva Grapa Paola. La primera baila y la segunda encarna con maestría la voz de la Duras. Ello permite un permanente doble tiempo entre pasado y presente, un ir y venir entre el personaje que vive y el personaje que cuenta. Ello le aporta intensidad y hondura a la situación dramática y nos lleva a un constante cuestionamiento, que se ve reforzado por la sutil expresión actoral de Grapa, transparente, nada impostada, pese al retrato de época en que se desenvuelven los otros personajes. Llama también la atención la perfecta integración entre las diferentes artes escénicas, teatro, cine, danza e incluso literatura, ya que cine Edén recrea, reinterpreta y relanza la novela “El amante” de Marguerite Duras. Las secuencias proyectadas sobre el fondo del escenario reavivan esa sensación de que estamos ante un arte total. Nuestras butacas se vuelven las localidades de Cine Edén e incluso parte del desenlace se manifiesta y se plasma sobre el ecran.

Los amantes del teatro no deben perderse el maravilloso monólogo sobre la necesidad de los hombres de decir “te amo”, que en boca de Grapa, es uno de los momentos cruciales de la puesta. En fin una realización austera pero riquísima, ensoñadora e inteligente lejos del “neocattonismo” de "Raquel en Llamas", o “Una pulga en la oreja”. En suma, un teatro reflexivo y profundo y no divertimento superficial. Es una pena sin embargo que la sala no esté llena.